domingo, 13 de mayo de 2007

Reflexión sobre monumentos y memoria

La polémica de los monumentos por la memoriaEl artista alemán Horst Hoheisel dice que las grandes obras pensadas como conmemoración destruyen el recuerdo de las víctimas en vez de conservarlo. De paso por Buenos Aires, polemizó sobre el destino de la Esma y dijo que el Parque de la Memoria "parece un cementerio de esculturas".
LAURA MALOSETTI COSTALa memoria no se manifiesta en forma clara y distinta. Titila, resplandece en momentos fugaces, balbucea. Con estas ideas comenzó Horst Hoheisel, en un español difícultoso que sin embargo no le restó elocuencia, su conferencia sobre Arte y Memoria en el auditorio del MALBA. Ya se había presentado un par de días antes en la Facultad de Filosofía y Letras, donde luego de su conferencia y las intervenciones de Andrea Giunta y Horacio González se produjo un intenso debate sobre políticas de la memoria y memoriales dedicados a las víctimas del terrorismo de Estado en la Argentina. Hoheisel opina y propone ideas desestructurantes, desafiantes tanto para el futuro de la ESMA como para el Parque de la Memoria, al que considera un proyecto fallido. "No me gusta, parece un cementerio de esculturas —sostiene—. Yo las sacaría todas, dejaría libre el terreno y desde la orilla proyectaría luz sobre el agua del río." Las formas siempre cambiantes del agua, esa agua donde fueron arrojados tantos cuerpos, se volverían así lugar de memoria y reflexión. Los monumentos dicen mucho más de nosotros mismos que de las víctimas y su historia. A partir de esta certeza, Horst Hoheisel lleva casi dos décadas inventando, proponiendo y realizando "antimonumentos" o monumentos negativos como un nuevo y radical arte de la memoria. Cultiva una poética que se instala como una oposición meditada y sistemática a toda forma de autoritarismo y a la instrumentalización de la memoria con fines políticos inmediatos. Cosa difícil tratándose de intervenciones en el espacio público. Hoheisel define sus obras como Denkezeichen: en alemán "marcas de la memoria" pero además espacios para la reflexión (Denk significa pensar, reflexionar). La palabra para monumento (Denkmal) implica, en cambio, pensar sólo una vez. La suya es una poética de silencios y susurros, relampagueos fugaces, pistas que atrapan la curiosidad para ransformarla en decubrimiento. Es que en la experiencia alemana, la imposición oficial de una política de la memoria impartida coercitivamente a los hijos de los victimarios —dice— ha tenido consecuencias nefastas y una cuota de responsabilidad en la emergencia de grupos neonazis. Grupos de los que Hoheisel ha recibido durante años amenazas de muerte. "Nunca hubiera creído que haciendo trabajo de artista mi vida y la de mi familia serían amenazadas 50 años después de terminada la guerra. Pero es un hecho que cada sinagoga en Alemania, hasta el día de hoy, debe ser vigilada por la policía día y noche. Nunca dejó de haber ataques, pero éstos recrudecieron luego de la caída del muro."¿Cómo llegó Hoheisel a estar en el centro de tales ataques? En Kassel, la ciudad donde vive, hubo una fuente: un pináculo neogótico de 12 metros de altura, obra de Karl Roth, que había sido donada a la ciudad en 1908 por un rico empresario judío: Sigmund Aschrott. Pronto la fuente, que había tenido por objeto embellecer la plaza frente al Palacio Municipal, se volvió un referente y un orgullo para los habitantes de la ciudad. En la noche del 9 de abril de 1939 fue destruida por activistas nazis, que vieron en ella un símbolo odioso: un judío como benefactor de la ciudad. Entre 1941 y 1942 más de tres mil hombres, mujeres y niños de Kassel fueron arrancados de sus casas y enviados a los campos de exterminio. Terminada la guerra, en el lugar donde había estado la fuente se plantaron césped y flores, luego se levantó allí otra fuente: ya nadie deseaba recordar la de Aschrott ni la tragedia que su destrucción simbolizaba. Cuando en 1986, como resultado de un concurso poco claro, el alcalde de Kassel planeaba una nueva fuente que simbolizaría una supuesta "reconciliación" entre víctimas y victimarios (un bloque de granito del cual escurrirían dos hilos de agua), Hoheisel le envió una carta discutiendo semejante proyecto, acompañada de un boceto de otra propuesta. No había que buscar una forma nueva, sino volver a construir la forma de la fuente de Aschrott pero en negativo, hundiéndose como una herida abierta con sus doce metros en profundidad bajo tierra. El concurso fue anulado y con el apoyo del alcalde Hans Eichel (hoy Ministro de Finanzas de Alemania), se realizó el proyecto de Hohseisel. Hubo antes unos meses en que la fuente neogótica de Aschrott se pudo ver nuevamente alzada, como un fantasma de la que había sido; luego fue hundida en el exacto lugar donde se había levantado. El agua escurre hacia su interior y el caminante puede pararse sobre ella, escuchar el agua deslizarse hacia el fondo de ese espacio vacío y pensar, transformándose él mismo en el sitio de la memoria. "La forma que los alemanes destruyeron entre 1933 y 1945 no puede ser recuperada ya, ni mental ni físicamente —explica el autor—. La destrucción de la forma de piedra fue seguida por la destrucción de la forma humana. La única manera que encuentro de hacer esta pérdida visible es a través de un espacio perceptiblemente vacío, que represente el espacio que una vez estuvo ocupado. En vez de seguir buscando continuamente una nueva explicación o interpretación de lo que se perdió, prefiero enfrentar la pérdida como una forma desaparecida. Una escucha reflexiva al interior del vacío, del negativo de una forma irrecuperable, donde la memoria de lo que se ha perdido resuena."La fuente negativa de Aschrott se volvió inmediatamente un lugar de reflexión y de conflicto. Hoheisel comenzó a recibir amenazas y hubo manifestaciones de grupos neonazis marchando sobre la fuente. El artista tomó fotografías de las manifestaciones de protesta y las agregó a la exposición de los bocetos de la fuente que se realizó en el Museo Yad Vashem en Jerusalén. El final de esta historia es asombroso: el día del aniversario del nacimiento de Hitler recibió una carta de los neonazis declarándolo amnistiado: temían que sus fotos enviadas a Jerusalén cayeran en manos del Mossad.Las intervenciones de Horst Hoheisel recurren al oído, al tacto, no sólo a la vista, para activar la memoria. Su propuesta es buscar y rescatar las huellas antes de que se terminen de desvanecer, en lugar de construir grandes moles de mármol y bronce. En 1995, junto con Andreas Knitz realizaron un "Memorial del memorial" en la celebración del 50 aniversario de la liberación de los prisioneros de Buchenwald: a partir de antiguas fotografías recuperaron la memoria de un obelisco de madera que, unos días después de ser liberados, los sobrevivientes colocaron en el lugar más siniestro del campo a la memoria de los muertos allí. Hoheisel y Knitz señalaron el lugar donde había estado ese obelisco, (que sólo duró tres semanas pues la madera se usó luego para hacer un podio y festejar el 1ø de mayo) y colocaron en la entrada del campo una placa de acero inoxidable con el dibujo de aquel obelisco y la palabra "humano" repetida en todas las lenguas de las nacionalidades de las víctimas. Esa placa se mantiene constantemente, día y noche, invierno y verano, a 37 grados: la temperatura del cuerpo humano. "Es una señal muy sensible —explica—, la gente se arrodilla y la toca para sentir el calor. En los días fríos el aire vibra sólo en ese punto del lugar vacío. A veces se puede transformar el calor técnico en calor humano."Hoheisel trabaja construyendo un universo de testigos. Sus intervenciones articulan las memorias individuales para reconstruir lazos que las vinculen en una causa común: que la memoria de los crímenes los haga irrepetibles, que el dolor de las víctimas se renueve en nosotros. ¿Qué va a ocurrir —se pregunta—. Se pregunta qué va a ocurrir cuando mueran el último sobreviviente y el último victimario del Holocausto?En 1997 se abrió un concurso de proyectos para decidir qué hacer con los edificios y barracas que habían sido de la Gestapo en Weimar (bajo los cuales se ubicarían los archivos de la ciudad). Lo ganó nuestro artista con una propuesta contundente: demolerlos. Pero lo más radical de su gesto no fue la demolición misma. El gobierno alemán no había hecho otra cosa que construir jardines con flores allí donde hubo centros de tortura y exterminio, cárceles ignominiosas o edificios emblemáticos del nazismo. El gesto radical consistió en conservar los despojos, en exhibir el proceso de destrucción y preservar los restos en cajas de archivo, para luego desplegarlos sobre los archivos que se guardan bajo tierra, dejando unas rendijas de vidrio para que puedan verse desde el exterior. "Creo que fue posible porque las barracas eran horrorosas, —reflexiona— cuando propuse en el concurso para el Memorial a las víctimas del nazismo en Berlín demoler la Puerta de Brandeburgo me dejaron fuera de concurso. Claro que era una propuesta muy fuerte, era hacer una pregunta difícil: ¿qué estarían dispuests los alemanes a dar por la memoria del Holocausto? ¿Su propia memoria?"Muchas de las intervenciones "contramonumenrales" de Hoheisel son efímeras. Como el colocar a media asta la bandera chilena durante un partido de fútbol para recordar a los presos políticos asesinados allí durante la dictadura de Pinochet. O la proyección de la puerta de Auschwitz, durante una noche entera, sobre la puerta de Brandeburgo, en Berlín. Para la ESMA su propuesta es dejarla vacía un buen tiempo, luego de que los cadetes de la Marina salgan de allí. Permitir que los sobrevivientes y las familias de las víctimas la recorran así, tengan el tiempo de ver cómo se sienten respecto de ese lugar, busquen huellas, encuentren vestigios ocultos, imaginen qué harían en ese espacio. Dar a ellos, a sus memorias individuales, la prioridad. Y empezar a discutir. Discutir por lo menos diez años antes de decidir su destino definitivo. Usar el espacio para reunirse y hacer propuestas, exhibir maquetas, pensar. "Los monumentos están vivos mientras se discute sobre ellos —dice Hoheisel—. Una vez instalados, esas moles de mármol, bronce o concreto, por más grandes que sean se vuelven invisibles, se olvidan. Vuelven a estar vivos cuando se empieza a pensar en su demolición." Su propuesta es, quizá, la más radical posible en su sutileza, dada la urgencia de la controversia por la apropiacion y transformción de ese espacio que se erige como el símbolo más fuerte de la maquinaria de destrucción en que la última dictadura transformó al Estado nacional.
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